jueves, 28 de junio de 2018

El terremoto silencioso de los robots industriales y la preparación ante este reto

Las cifras empiezan a ser sorprendentes. Cada vez hay más adquisiciones de robots industriales para tareas de automatización por parte de las industrias más avispadas que están reconvirtiendo sus naves al objeto de hacer frente a la competitividad del mercado global. Las ventas y compras de los robots industriales han crecido en el año 2017 en un 29 por ciento, si se compara con las correspondientes cifras de 2016. En el pasado 2017 la venta de robots industriales llegó a 380.550 unidades. En 2016 esta cifra alcanzó 294.300 unidades. Y la expectativa sobre esta carrera indica que en el año 2020 existirán 3 millones de robots industriales. Y no hablamos de los años posteriores.

En menos de dos años la población laboral se verá totalmente sacudida por estos cambios que vienen a indicar que el pasado, y nuestro presente, se asemejarán muy poco a este futuro automatizado que se acerca a gran velocidad. La nueva revolución industrial ya no podrá camuflarse mediante ingenios de distracción por parte de las autoridades de los países que se niegan a ver la realidad mecánica y automática, y las consecuencias económicas de esta negación de la realidad sacudirá los bolsillos de la ciudadanía, además de ser materia excelente para los populistas políticos y los ingeniosos de la verborrea, mediante la cual se lleva al personal al vacío cuando no al precipicio.

Algunos países desde hace tiempo han despertado ante esa realidad y se han puesto en primera línea en pro de esta nueva industrialización —la de la robotización industrial—, alejándose de sistemas que hoy resultan anticuados y poco productivos. La ratio pieza fabricada y tiempo empleado, con la automatización, se consigue que disminuya y que el producto sea más permisible en este mercado de gran abasto, que es el mundo todo. Y hacia ese destino han dedicado dinero, esto es, inversión, y en especial arrojo.

Complementariamente, la fuerza de trabajo, la preparación o formación de la población trabajadora también se está poniendo en tela de juicio. Estas máquinas necesitan ser conducidas por unas manos expertas que exigen una preparación técnica que hasta ahora no había sido vista como problemática. Hoy el gap que hay entre la existencia de perfiles preparados y las necesidades de las empresas con alto nivel de automatización se va agrandando lo que puede conllevar la marcha de estas empresas hacia otras geografías con una oferta laboral que presente un talento más adecuado a sus demandas. Es el problema de las skills gap, el de los déficits en cualificación profesional.

Se conocen ya los países que tienen las cuotas más altas en robotización empresarial, y aunque aparentemente las cifras no resultan escandalosas, sí lo puede ser la perspectiva de robotizar de los países, algunos de los cuales quieren aumentar sus dotaciones automatizadas en un alto porcentaje y a un tiempo record.



Complementariamente a todo lo anterior, ya empiezan a aparecer países que siembran puntales educativos para no perder el tren de la robotización. Y un ejemplo extraordinario (extraordinario tanto por su proyecto como por su seriedad) es el de la ciudad-estado Singapur, con su iniciativa SkillsFuture.


Este proyecto de capacitación, la propuesta SkillsFuture, se fundamenta en varios ejes extraordinariamente relevantes. Por un lado, se ha ido a la realidad empresarial para detectar los cambios, industria por industria, que se espera que sucedan en los próximos cinco años, y se ha tomado buena nota de las habilidades profesionales que requerirán estos cambios. A partir de estos datos se ha modelado un mapa sobre las futuras transformaciones de la industria que servirá para orientar a las personas sobre las próximas demandas profesionales, tipología de perfiles y capacitaciones requeridas. 

En paralelo, y ello desde inicios de 2016, a cada ciudadano de Singapur se le ha concedido un crédito de 345 $  que podrá utilizar para pagar los cursos de capacitación que son proporcionados por 500 proveedores aprobados, incluidas universidades y MOOC. Véase, en esta última frase, que Singapur no queda anclada a los clásicos centros educativos sino que indirectamente ha estimulado la aparición de otros centros —algunos provenientes de las propias empresas empleadoras— para poder ofrecer una panoplia amplia y competitiva.

El futuro está abierto para todos. Algunos puntos geográficos están colocándose en primera línea de la carrera. Los menos avispados serán los que encabezarán el grupo de los que se lamentarán y acusarán a otros de sus propias renuncias y parálisis. La historia nos ha dado más de un caso al respecto.

lunes, 7 de mayo de 2018

Brechas digitales, cambios laborales, salarios y futuro

El milagro tecnológico  —milagro porque es lo más parecido a lo que nos cuenta la Biblia y otras leyendas misteriosas, a propósito de cambios sorprendentes— está revolucionando los tiempos y en especial el presente. Los avances en muchas áreas de lo tecnológico sacudirán de forma inesperada todas las perspectivas que se tienen actualmente de la realidad. La realidad inmediata futura casi no tendrá ningún punto de comparación con lo que vemos en calles y casas, ciudades y centros de trabajo, por no hablar de los transportes o de las comunicaciones. De la misma forma que el humano, en su momento, en plena prehistoria, adaptó y adoptó los animales domésticos, en la actualidad los nuevos útiles domésticos tienen puntales tecnológicos de muy largo alcance.


Se resume a nueve las tecnologías que están irrumpiendo en el presente: la robótica, el cloud computing, la red social móvil basada en dispositivo portátiles, los big data y su correspondiente análisis predictivo, la Internet de las coses (IoT), la inteligencia artificial (AI), la realidad virtual (VR), la impresión 3D (3D printing) y la ciberseguridad (cybersecurity). Todo este espectro que se puede tomar aisladamente y a la vez conjugado en múltiples encajes, está provocando grandes cambios en múltiples áreas del mundo industrial y económico.

Es lo que se llama una situación disruptiva —el milagro que indicábamos—, que está empezando a alterar el orden habitual de las cosas. Históricamente los cambios se han ido dando a lo largo de la historia, y cuando ésta es más cercana al presente, los intervalos que diferenciaban una época a otra han sido cada vez más cortos. El salto de la prehistoria a la historia fue larguísimo; de milenios. En cambio el paso de la primera revolución industrial al presente fue casi un soplo: de la segunda mitad del siglo XVIII, en Gran Bretaña, al casi presente… En este intervalo habría que colocar otras revoluciones como la provocada por la electricidad (que fue acompañada por nuevas vías energéticas como el gas y el petróleo; por nuevos sistemas de transporte como el avión y el automóvil; y cambios en la comunicación provocados por el teléfono y la radio). Y a esta segunda revolución industrial, que se la sitúa a finales del siglo XIX e inicios del XX (1870-1914), la siguió una tercera revolución industrial en las últimas décadas del siglo XX con la aparición de las nuevas tecnologías de la comunicación (Internet, etc.), y los nuevos sistemas de energía basados en las renovables. Ahora ya se habla de la Industria 4.0 e incluso se inicia a postular una Industria 5.0.

La rapidez de los cambios es sorprendente —milagrosa—, sin embargo la ciudadanía continua empeñada —y ahí los líderes políticos tienen su parte de responsabilidad— en creer que las cosas fundamentales no cambian, sino que sólo lo hace lo accesorio, como si fueran esos cambios equivalentes a las modas que se da en el vestir o en el corte de pelo. Pero, ahí radica un grave error de percepción. El cambio que se avecina es estructural, lo que quiere decir que de superficial tiene poco, aunque también lo tenga.

Y el cambio tecnológico lo que provocará puede ser una hecatombe para los despistados. Esto es, para los no preparados para subir a este tren que será el nuevo mundo hiperconectado. Habrá nuevos modelos de negocios, nuevas oportunidades tecnológicas que exigirán habilidades digitales puestas al día. Existirán nuevos tipos de trabajo, todos ellos con impacto tech en sus infraestructuras.

Un estudio global realizado por Capgemini indica que más del 50 por ciento de las organizaciones reconocen que existe una gran brecha laboral, entre la demanda que las grandes empresas necesitan y el nivel de preparación de los aspirantes a puestos de trabajo. Y, lo que es más grave, vista la rapidez del cambio tecnológico, esta brecha se está ampliando. En concreto, la consultora apunta que el 70 por ciento de las empresas norteamericanas reconocen esta brecha en habilidades, India el 64 por ciento, el Reino Unido el 57 por ciento, Alemania y Francia más del 50 por ciento. Otra consultora como Gartner, estudiando el mercado laboral, señala que esta disparidad entre demanda laboral y preparación tecnológica de los trabajadores no se superará con facilidad. Es lo que se denomina skills gap (brecha digital).

Se apunta, y continuamos sobre la brecha digital, que en 2020, el 30 por ciento de los puestos de trabajo con tamiz tecnológico quedarán sin cubrirse debido a la falta de talento digital. Al respecto, pues, es obvia la urgencia en pro de una recapacitación (re-skilling) intensa del personal laboral si no se quiere perder el paso ante los tiempos que se avecinan. Las herramientas —la TV, la comunicación digital (como Internet), etc., — son posibles vehículos de transmisión de conocimiento que no se deberían de descartar. En paralelo, se debería de estimular, mediante los consejos propagandísticos al uso, en la necesidad de esa recapacitación intensa que los tiempos están empezando a exigir.
Las universidades, si realmente quieren ser protagonistas de este nuevo empuje, deberían de entrar de inmediato en contacto con el mundo empresarial y unos y otros generar un productivo feed-back que sirviese, por un lado, para expurgar líneas educativas que son anticuadas y llevan de inmediato al paro; y, por otro, para generar salidas profesionales aptas para el nuevo período que se avecina y que las empresas punteras ya demandan. Esto es, salidas sin añadidos “folclóricos” que lo único que hacen es desanimar al estudiante dándole informaciones que escasamente le servirá. 

La capacitación digital, y los idiomas asociados a ella, servirá para tener una fuerza de trabajo bien preparada que, por un lado, obtendrá unos salarios altos —por no decir altísimos, dada la actual escasez— a la par que la propia riqueza del país se verá afectada positivamente. El talent capital no es un descubrimiento de última hora. Por el contrario, es una de las fuentes de riqueza más importante que hay, y puede ser abundante si se la extrae con tesón, estímulo, esfuerzo y gratificación.

La brecha de habilidades es altísima. En especial en temas de Inteligencia Artificial y en ciencia de datos (data scientist, o sea, experto en big data). Se habla de una carencia del cincuenta por ciento de lo que se necesita en la actualidad —y sólo se está empezando en estos temas. Por lo que hace a la cybersecurity, en temas de seguridad informática, se estima que habrá en los próximos años una necesidad de 3 millones de profesionales. Y en otros ámbitos de cariz tecnológico, como DevOps y Cloud Architecture también están abundando más las vacantes que los candidatos. Y sólo estamos en los inicios de esta Cuarta Revolución Industrial.

martes, 1 de agosto de 2017

El retorno a la cueva del proteccionismo económico ante el reto tecnológico

El signo más reciente del giro hacia el proteccionismo económico, por no decir la autarquía económica, han sido las declaraciones del representante del comercio de los Estados Unidos (USTR) Robert Lighthizer. Este, en la última reunión de la APEC (Asia-Pacific Economic Cooperation), no dudó en criticar lo que calificó de comercio injusto, y planteó la necesidad de replantear la relación que existe entre la globalización y el libre comercio, al que definió como “una especie de migración”.

El problema de fondo que esconde este tipo de pronunciamientos, como es recurrente en otras etapas históricas, radica en la diversidad de ritmos que están desplegando los países a la hora de hacer frente a los nuevos retos que son la globalización —el mundo es un solo mercado (en la tienda de la esquina venden uvas de Sudáfrica)—, la introducción de la más avanzada tecnología, como robótica y automatización, en las manufacturas e industrias, con las consecuencias del desplazamiento de la mano de obra preparada solamente para tareas mecánicas y no creativas, y el abaratamiento de precios derivados de la productividad y la diferencia de salarios. Y es el libre comercio el que coloca todo ello en la mesa común, que es el mercado actual, y pone en evidencia los problemas que están surgiendo.

Siempre, ante una misma cualidad, se tiende a comprar el producto más barato, dejando de lado si el producto se ha fabricado en Suecia, India o Corea del Sur y no en la industria de la comarca vecina. De ahí que se vea al libre comercio como la causa de todos los males. De ahí, los últimos gestos y decisiones políticas. Por ejemplo, la decisión británica a favor del retorno a la cueva del proteccionismo económico, que en esto consiste de hecho el Brexit. Las posturas de Trump sobre el comercio de los Estados Unidos que se han concretado en la retirada de la Trans-Pacific Partnership (TPP) y en la voluntad de renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA). Y la reciente decisión del presidente de Francia, Emmanuel Macron a favor de una “Buy European Act” o mecanismo para fiscalizar en el área europea tanto las inversiones extranjeras como el nivel del comercio por parte de empresas ajenas a los intereses de Europa.



De hecho los países —como es de prever— no esconden su voluntad en ampliar sus mercados, orientándose por lo global. Es decir, a la hora de vender están por la globalización. Pero, no quieren saber nada de las desventajas o de los retos, si se quiere ver en positivo y con optimismo, que conlleva el no quedarse en la autarquía económica. Varios son los países, pues, que quieren practicar la política que en los últimos quinquenios ha llevado a cabo China —y que le ha permitido ir creciendo a un ritmo elevado mejorando su tecnología y mercado, huyendo de su estado tercermundista. Por lo que se ve, Gran Bretaña, Francia (con la Unión Europea al lado) y Estados Unidos están por implantar filtros económicos para decidir con quienes comercian, de qué países aceptan inversiones y el grado de libertad que se cede a las empresas que se instalan en territorio propio o ajeno.



Así pues, se puede bien determinar que, después de dos décadas en que las personas, los productos y el capital podían libremente circular y establecerse más allá de las propias fronteras, éstas están reapareciendo y las murallas económicas van adquiriendo altura aunque aún existan algunas portezuelas para cierto acceso controlado. La globalización, se apunta, se ha convertido en una globalización cerrada (gated globalization). El objetivo es, se postula, paliar los efectos de la crisis al favorecer a las industrias nacionales y el comercio local. Sin embargo, aunque para las Pymes esta política puede ser salvífica —ya que pone frenos a una competencia feroz por parte de empresas más avanzadas en productividad y bajos precios—, es a la vez asfixiante para las grandes empresas que ven limitaciones a su capacidad para ir más allá de las fronteras territoriales, con las consecuentes pérdidas en rentabilidad.

Sin embargo, esta política económica basculando hacia una autosuficiencia (aunque sea ampliada a varios países en conjunto; como la Buy European Act de Macron) no es más que una manera de esconder y enviar al futuro los grandes retos que hoy se plantean y que los países deberían de hacer frente.



Nos referimos a la industria 4.0, la inteligencia artificial (AI), la internet de las cosas (IoT), el peso de los grandes datos (Big Data), los avances en nanotecnología, la robotización, el impacto de la impresión en 3D, y lo que se deriva clamorosamente de ello: una mano de obra nada preparada para poder ponerse delante de estas rupturas tecnológicas que están sacudiendo el presente haciéndolo temblar de forma trepidante. Las políticas de reciclaje profesional, la reforma de la enseñanza a todos los niveles, la introducción de las TIC a gran escala y con distintas densidades según orientación profesional, son las varillas del gran paraguas que podría, si se implementan a tiempo, capear el temporal que toda revolución industrial genera.



Orientarse hacia la cueva del proteccionismo económico es querer desandar los grandes trayectos que desde hace décadas se han recorrido. No querer hacer frente a los retos tecnológicos que la nueva industria y los nuevos conocimientos de la digitalización aportan, es quedarse en la lista de los países que serán recordados como perdedores. Y hay países que están iniciando pasos para salir de la cueva.

miércoles, 5 de julio de 2017

Las “fake políticas” en una época de gran disrupción tecnológica

La vida es transacción. El poeta decía que la vida era frenesí o ilusión; pero realmente es intercambio. Y eso si lo llevamos a la política entenderemos que los políticos quieren los votos y para ello ofrecen algo. Ahí es donde pueden aparecer las fake políticas; las falsas ofertas políticas. Las vaciedades que son los gestos y las grandes palabras que no llevan a nada salvo a estimular las emociones. Sí que las emociones pueden ser agradables pero el paso de los días las marchita.

Los populistas son muy propensos a este tipo de juego de engaño. La cuestión es vender el producto y conseguir el poder. Y desde ahí procurar ir renovando ofertas  espectaculares que vayan engatusando al personal. Ejemplo claro es el nacionalismo catalán. Vende ilusiones a capazos aunque cuando se ponen fechas y éstas se acercan, los nervios aumentan porque el comprador de las mismas puede dejar de regresar a esta facilona tienda de votos.

Vender ilusiones es barato y sobretodo agradable. Casi se podría decir que es una buena acción. Un acto de bondad con el prójimo. Pero realmente es una manifestación de fake política.

La vida tiene otro matiz que es complementario a la transacción: el esfuerzo. La vida de cada día exige trabajo y sacrificio. La vida no es fácil. Quien desde la poltrona política ofrece facilidades es otro vendedor de fakes. La vida exige coraje y renuncias. Las ilusiones son interesantes pero se han de contrastar con la realidad. No querer hacerlo es refugiarse en la infancia —etapa suprema de las emociones e ilusiones.

Lo contrario a la fake política son las propuestas prácticas. Programas concretos con objetivos claros y detalladas etapas a corto, medio y largo plazo. Han de ser contrastables y comparables con otras realidades. Por ejemplo, con lo propuesto y realizado en otro país. Cuando un político ofrece un producto sin que contenga esfuerzo por parte de toda la ciudadanía está recurriendo a la fake política; al engaño colectivo. Es un fabricante de futuras frustraciones y, más grave aún, de catástrofes económicas. La verborrea política es directamente proporcional a futuras crisis o graves torpezas económicas.

Veamos un contraejemplo de fake política. Marchemos a Pakistán, país que no está muy lejos en este mundo plano que la tecnología está poniendo en nuestras manos. Ahí, en este rincón del mundo, se está promoviendo una política de innovación dinámica para encarrilar a más de 100 millones de personas menores de 20 años bajo las coordenadas que el presente está dibujando. La base fundamental radica en una reforma profunda de la educación: “debemos de crear una mentalidad entre nuestros estudiantes que priorice el desarrollo de habilidades de resolución de problemas en lugar de aprender de memoria”. Al respecto no se duda en la necesidad de que encabece este gran cambio un primer ministro que conozca las pautas fundamentales para el desarrollo de una potente economía del conocimiento. Esta transición hacia este objetivo no es fruto de ninguna inspiración divina. Por el contrario, es tomar buena nota de lo que se hizo en Corea del Sur bajo el gobierno del militar Park Chung-hee, en China con el gobierno de Deng Xiaoping, en Singapur con Lee Kuan Yew y en Malasia bajo Mahathir Mohammed.
 

La política a llevar a cabo debería de favorecer la creación de un gran Instituto de Ciencia y Tecnología que fuese la avanzadilla de la investigación científico-técnica de gran potencial, con estrechos contactos con centros universitarios de alta gama tecnológica así como con las industrias punteras del mismo ramo. Asimismo para abrir el terreno a las nuevas tendencias disruptivas de la industria digital, se debería de promover la creación de industrias de Tecnología de la Información (TI) con exenciones fiscales durante algunos quinquenios. Eso favorecería la aparición de industrias que se apuntasen a la cuarta revolución industrial orientándose a campos tan importantes como la Internet de las cosas (IoT), el Big Data, el Cloud, la ciberseguridad, la robótica, la impresión en 3D/4D, la tecnología neurológica y la que está apareciendo asociada a los implantes, por dar algunos ejemplos.

Hemos repetido hasta cansar al lector sobre las características de la presente etapa de gran disrupción tecnológica. La automatización de muchas actividades de manufactura, la introducción de la robótica en muchas industrias y la irrupción de la inteligencia artificial en trabajos que hoy están en manos de profesionales del tercer sector económico (comercios, bancos, transportes, etc.), provocará que muchos cambios en estas áreas conlleven, para los actuales trabajadores, unos retos de complicada solución.

Las habilidades de alta cualificación digital se están demandando desde hace unos años en diversas áreas económicas, pero el personal parece decantarse más por los cuentos de los partidos populistas  —las verborreas grandilocuentes que prodigan futuros mágicos y multicolores— que por hacer frente a las nuevas metas laborales, de mayor cualificación digital. Ciertamente, hay que reconocerlo, no se le ha ofrecido ninguna alternativa que no sea más o menos fake.

El proceso de desarrollo más arriba anunciado conlleva la creación de un ecosistema para estimular tanto la innovación como el emprendimiento. Y lejos de dejar solos a los atrevidos que quieran hacer frente a la gran disrupción que se avecina, se propone una política que facilite el acceso a los parques tecnológicos, al capital riesgo, al asesoramiento jurídico y financiero, y a la orientación profesional con el objeto de que estos jóvenes disruptivos —que deberían de ser la mayoría— puedan plantearse unos planes de negocios viables y con futuro.


Hoy ya se puede tomar buena nota de lo siguiente: el partido político que no venda grandes esfuerzos está vendiendo fake políticas y en esta época, de fuerte cambio hacia la digitalización, quedar encantado y engañado por una fake política lleva inexorablemente al desastre.